Escrituras nómades: El Perú a toda costa de Ricardo Espinosa

jueves, 21 de mayo de 2015

Pocas veces en mi vida he querido apasionadamente imitar a alguien como cuando me enteré lo que estaba haciendo, hace ya poco menos de 20 años, Ricardo Espinosa. Era el muy caluroso verano del 97 -¿o 98?- cuando vi un reportaje en la televisión en la que se hablaba sobre “El Caminante”. Sé que ambas cosas (salir en la televisión y haber recibido ese sobrenombre) han sido muy del pesar de Ricardo puesto que es un hombre reservado, que parece vivir al margen del bullicio en el que enloquecemos el resto.


Allí lo vi, en esa pantalla, con esa larga barba y su pronunciada delgadez que le daba una pinta de místico, de poeta enloquecido por la ebriedad del viaje. Y cuando me enteré que sus planes eran recorrer a pie toda la costa peruana me volví loco, quise hacer alguna vez en mi vida algo como eso, ir por los caminos del Perú o del mundo valiéndome de mi propio esfuerzo. Y es que era algo que siempre soñaba cuando viajaba hacia la sierra peruana con mi madre: veía desde el bus todos esos paisajes agrestes y pensaba en la increíble aventura que sería estar caminando por los Andes, por esos sitios alejados de la ciudad, dependiendo sólo de mis pies.

Por eso cuando vi a Espinosa el fuego de la aventura volvió a encenderse pues era como si alguien más estuviese llevando a cabo mis anhelos y diciéndome sin saberlo: ¡Vamos hombre, vive tú también tus sueños, no necesitas nada, sólo valor y dos piernas que te llevan hasta donde siempre has soñado! Entonces quedé hechizado por la proeza del personaje. En un país como el Perú en donde la excentricidad no se perdona, en donde lo diferente es casi siempre considerado como una tara, aparecía este hombre que uno imagina solo en países como Inglaterra o Francia: ¡un caminante! ¡Alguien así en un país en cuya capital la gente es capaz de tomar el bus por ahorrarse 3 calles! (lo he visto, mil veces).




Así que desde ese momento estuve pendiente de sus andanzas, mirando como loco la televisión para enterarme de sus aventuras. Deseando que le fuera bien. ¿Cómo sería caminar por esas playas peruanas, mirando todos los días la espuma del mar sin límites reventar a tus pies? ¿Oír el bullicio de los pájaros marinos, sentir que te abrías camino por la arena de tantas playas?  ¡Eso debía ser sensacional!

Luego me enteré que Ricardo publicaría un libro y apenas salió junté con esfuerzo varias propinas y me compré el libro: El Perú a Toda Costa. Por fin lo tenía. Y lo leí con placer. No es un libro de viajes al uso, de hecho se diría casi el 90% por ciento de él no es sino una especie de catálogo de todas y cada una de las playas que tenemos en la costa peruana, y es una información preciosa: yo me llevé el libro a mi primer mochileo desde Trujillo (en Perú) hasta Guayaquil y se notaba el trabajo disciplinado y correcto que había llevado a cabo el viajero caminante. Pero donde está la parte más interesante (para mí) es en su diario de viajes. Un puñado de páginas puestos al final del libro que son oro puro. No sólo por lo que cuenta sino también por cómo lo cuenta.

De modo tal que nos enteramos de todas sus aventuras con un estilo fresco, irónico, con brochazos de humor que te sonsacan una sonrisa cómplice. El autor nos relata sus inolvidables aventuras pero sin aspavientos ni ansias de hacerse pasar por un personaje único. Si casi parece que te lo estuviera contando directamente. Imposible olvidar esos aterradores gritos que oyó en medio de la noche, mientras acampaba en una playa; las casas en ruinas o huecos en los que se metía a dormir; la marea crecida que en una noche tremenda se lleva por delante todo su austero equipo y que tiene que recuperar ayudándose de la débil luz de una linterna; los momentos en que gente de mal vivir le miraban con ansias de robarle; el hombre que le confunden con “el loco calato” que andaba por los cerros de una playa; y aquel momento en que en la costa de Arequipa se encuentra con una familia cuya piel estaba tan teñida por el carbón que recogían que sólo se les notaban la sonrisa. En fin, un Perú poco conocido, distinto, contando por un viajero curioso, sencillo, que ama estar así, solo pero bien acompañado de la naturaleza. Pero de lo que menos me olvidaré es de las muchas personas que en el camino le ayudan de una u otra forma. Es ese Perú que me gusta, que adoro ver, y que muchas veces, apesadumbrados por los noticieros de la mañana, olvidamos que existe.




El Caminante, perdón, Ricardo Espinosa, continuó luego con otro viaje a pie por el gran Camino Inca y publicó un libro sobre ello. Como se ve es un andante incorregible. Me gustaría conocerlo. Sólo he encontrado un vídeo en el que hace una breve entrevista. Simplemente viajó, hizo algo tan excepcional en cuanto a experiencia viajera en el Perú, y como un Rimbaud de la mochila, desapareció. Me han contado que ahora el hombre vive retirado en un pueblito de la sierra peruana, dedicándose a la agricultura orgánica. En contacto como siempre con la naturaleza. Y seguro que por allí hace sus escapadas y sus pies siguen llevándole hasta donde él sueña.

Pablo.

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