La poesía del viaje : Lin Yutang

martes, 10 de marzo de 2015

En primer lugar, el verdadero motivo debe ser el de viajar para perderse y ser desconocido. Más poéticamente, podríamos decir que es el de viajar para olvidar. Todos son muy respetables en su lugar natal, piensen lo que piense de ellos en los círculos sociales más elevados. Están atados allí por una serie de convenciones, reglas, costumbres y deberes.

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El verdadero viajero es siempre un vagabundo, con las alegrías, las tentaciones y el sentido e aventura que tiene el vagabundo. Viajar es “vagabundear” o no es viajar. La esencia del viaje es no tener deberes, ni horas fijas, ni correspondencia, ni vecinos inquisidores, ni comisiones de recepción, ni destino fijo. Un buen viajero es el que no sabe adónde va, y un viajero perfecto es el que no sabe de dónde viene.

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Viajamos sin destino y nos detenemos donde nos encontremos, y marchamos muy lentamente, acaso diez li por día, acaso veinte, o quizá treinta, cuarenta, cincuenta. No tratamos de hacer mucho, para no fatigarnos. Y cuando llegamos a montañas y arroyos, y nos encantan los manantiales, las blancas peñas, las aves acuáticas y los pájaros de la montaña, escogemos un lugar en una isleta del río y nos sentamos en una peña, y miramos a la distancia. Y cuando nos encontramos con leñadores o pescadores o aldeanos o rústicos ancianos, no les preguntamos nombres y apellidos, ni damos los nuestros, ni hablamos del tiempo, sino que conversamos brevemente de los encantos de la vida campestre.

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La vía láctea parece rozarme el cuello, blancas nubes pasan por las mangas, las águilas del aire vuelan al alcance de la mano, y el sol y la luna me acarician las sienes y siguen de largo. Y allí tengo que hablar en voz baja, no sólo por temor a asustar al espíritu de la montaña, sino para que no me escuche Dios en Su trono. Por encima tenemos el puro firmamento, sin una mácula de polvo en esa vasta extensión de espacio, y por debajo la lluvia y el trueno y la tormentosa oscuridad ocurren sin nuestro conocimiento, y el eco del trueno se oye como el gorgoteo de un niño. En este momento mi vista está deslumbrada por la luz y mi espíritu parece volar allende los límites del espacio, y tengo la sensación de ir cabalgando en vientos que me llevan muy lejos, pero no sé adónde voy. O cuando el sol poniente está por ocultarse y la luna naciente estalla desde el horizonte, la luz de las nubes resplandece en todas direcciones y el púrpura y el azul chispean en el cielo y los picos distantes y los cercanos cambian e matiz, de oscuro claro, en breve instante. O quizás en medio de la noche escucho el sonido de las campanas del templo y el rugido de un tigre, seguidos por una  ráfaga de viento, y como está abierta la puerta del salón principal del templo me pongo la túnica y me levanto y, ¡ah!, allí está reclinado el Espíritu de la luna y algunos restos de la última nevada cubren las ladeas superiores, la luz de la noche yace como una masa blanca e indefinida, y las montañas distantes presentan un contorno apenas visible.

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-¿Por qué vagas así, si amas el Tao?
- ¡Oh, no! No confundas mis andanzas de vagabundo con el Tao –responde Mingliaotsé- , estaba cansado de las restricciones de la vida oficial y las molestias de los asuntos mundanos, y viajo tan sólo para librarme de ellas.

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Aunque en un tiempo de mi vida fui funcionario, no tenía propiedades ni riquezas, fuera de unos pocos libros. Al principio viajé con estos libros, pero temeroso de que causaran envidia a los espíritus del agua los arrojé al río. Y ahora no tengo nada más que este cuerpo. ¿No perdura, pues, para mí el encanto de la vida, cuando han desaparecido mis cargas, cuando lo que me rodea es la calma, cuando está libre mi cuerpo y ocioso mi corazón?

Lin Yutang
La importancia de vivir
Barcelona : Edhasa, 2004.
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