El pueblo de Aguaytia estaba muy silencioso en la mañana (ver entrada anterior). No parecía pasar nada. Era un buen momento si alguien quería huir de allí. Y eso es lo que hicimos. Muy temprano encontramos un mototaxi y para nuestra sorpresa se ofreció a llevarnos hasta Boquerón Pueblo, lo cual eran bastantes kilómetros. El sol apenas se anunciaba, la bruma subía de la piel de la selva y le daba a todo un ambiente de fantasmal belleza. Otro chico subió almototaxi y así avanzamos a una velocidad de Fórmula 1. Algunos mototaxistas le advirtieron al conductor que le pincharían las llantas, él avanzó indiferente y nosotros una vez más llenos de incertidumbre. Pasamos por lugares que de haber estado en otras circunstancias habríamos visitado: las cataratas “La ducha del diablo”, “El velo de la novia”: la selva que subía a su encuentro con los Andes.
A lo lejos vimos que a la entrada de Boquerón pueblo había 3 tipos con pinta sospechosa. El chofer de la moto, avezado, se acercó hasta ellos y allí nos dejó. Sin apuro pero sin pausa los 3 tipos se acercaron y gritaron: “¡Les dijimos que hoy no se trabaja, chino!”. Nuestro chofer ensayó unos pretextos no muy convincentes. Uno de los tipos sacó un cuchillo y el otro una tijera y se acercaron más y más y pincharon las llantas. La mototaxi dio la vuelta y volvió a Aguytia, sin aire en las llantas.
Una vez que la palidez se nos fuera del rostro seguimos caminando, hacia el oeste, allí donde veíamos las estribaciones fascinantes que anunciaban la entrada al Boquerón del Padre Abad. En el camino vimos más gente que subía y bajaba, hombres armados de palos y barrotes que se apeaban de las motos para apalear al que tuviera una tienda abierta, a gritos, la valentía de la turba, la fuerza desmedida de quien actúa con impunidad. Árboles y troncos que nadie se atrevía a mover de las pistas, villorrios en cuyas chozas no parecía vivir nadie: todo como en una película de corte apocalíptico. Kafka, Orwell y McCarthy en la selva peruana, donde muchos se sentían impotentes, sin poder salir de un sitio al que no se sabía cómo se había llegado; donde las libertades habían sido suprimidas y se estaba expuesto a lo que la voluntad de desconocidos dictaminaran en un mundo donde los vehículos habían desparecido y todos iban andando a la deriva por kilómetros, guiándose por los rumores, atemorizándose por las malas nuevas que venían de otros sitios en las bocas de otras gentes.
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Destrozos encontrandos en la vía que une Pucallpa con Aguaytía |