La poesía del viaje : Matsuo Basho

martes, 25 de febrero de 2014



Los meses y los días son viajeros de la eternidad. El año que se va y el que viene también son viajeros. Para aquellos que dejan flotar sus vidas a bordo de los barcos o envejecen conduciendo caballos, todos los días son viaje y su casa misma es viaje. Entre los antiguos, muchos murieron en plena ruta. A mí mismo, desde hace mucho, como girón de nube arrastrado por el viento, me turbaban pensamientos de vagabundeo. Después de haber recorrido la costa durante el otoño pasado, volví a mi choza a orillas del río y barrí sus telarañas. Allí me sorprendió el término del año; entonces me nacieron las ganas de cruzar el paso de Shirakawa y llegar a Oku cuando la niebla cubre cielo y campos. Todo lo que veía me invitaba al viaje; tan poseído estaba por los dioses que no podía dominar mis pensamientos; los espíritus del camino me hacían señas y no podía fijar mi mente ni ocuparme en nada. Remendé mis pantalones rotos, cambié las cintas a mi sombrero de paja y unté moka quemada en mis piernas, para fortalecerlas. La idea de la luna en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas. Cedí mi cabaña y me fui a la casa de Sampu, para esperar ahí el día de la salida. En uno de los pilares de mi choza colgué un poema de ocho estrofas. La primera decía así:


Otros ahora

en mi choza – mañana:

casa de muñecas. 1




                        Matsuo Basho, Sendas de Oku

                        Traducción de Octavio Paz y E. Hayashiya.

                        Universidad de Navarra.

 

1: Las familias con niñas celebran las Fiestas de las Muñecas el día tercero del Terce Mes del año. La casa se adorna con muñecas y flores. Basho piensa en el cambio en el aspecto de su choza que había sido habitada por un poeta ermitaño: él.

El estrecho camino hacia el interior. Basho. Imagen de http://basho-imagery.blogspot.com.es/

En la península de Capachica : Maravilla secreta

jueves, 13 de febrero de 2014



El pequeño Christian tiene unos modales principescos. Habla pausadamente, se dirige a los mayores de usted, no dice palabrotas, y casi siempre dice “por favor”. Pero cuando toca ser niño de nuevo no para mientes y se divierte como un loco corriendo (chivateando diría mi madre) junto a sus amiguitas Jocelyn y Camila entre los campos que se encuentran a medio camino entre su escuela, ubicada cerca de la plaza de LLACHON, y su casa. El recorrido le lleva unos 40 minutos a pie. No se queja de tal esfuerzo. Él va a estudiar igual, y cuando llueve también lo hace pero toma un atajo por un camino que me señaló, allá arriba, entre las montañas desde donde el TITICACA debe verse esplendoroso. Cuando camina con nosotros mira hacia abajo y en las aguas del lago observa entusiasmado, como si fuera la primera vez que lo viera, cosas que nosotros no advertimos. Luego nos explica de qué se trata y continuamos.

Conocimos a este simpático chiquillo en la plaza de LLACHON, hasta donde habíamos llegado con la esperanza de pasar unos días en esa casi secreta península que penetra en la superficie de las profundas aguas del Titicaca, y el cual poquito a poquito ha empezado a posicionarse como la nueva, y sensacional, alternativa al turismo comunitario de las tan mentadas, y no por ello menos hermosas, islas del lago. Ya sabes, Taquile y Amantaní.  Los planes no salieron como quisimos pero eso ya lo contaré después.

LLACHON. PUNO - PERU.
        Todo había sido muy rápido. Tomamos un avión por la mañana desde Lima hasta Juliaca; en el aeropuerto de esa ciudad tomamos el servicio de transfer del señor Saira que nos llevó en su “van” hasta la terminal de combis hacia Capachica  (ver DATOS UTILES abajo). Allí tomamos la única combi que encontramos y que nos puso en poco tiempo en la entrada a la gran península (es decir en Capachica). Ya había tenido yo la oportunidad de conocer Llachón en la primera vez que hice kayak por el lago (ver aquí la entrada) pero la visita fue muy rápida pues estuve en ese sitio para subirme a un kayak, y empezar a remar hacia Taquile, pero esta vez la idea era visitar, sin apuro, todo lo posible en la península. Así que allí estábamos. (Dejo aquí un mapa para explicar la ruta)

EN LA COMBI HACIA CAPACHICA. PUNO - PERU.

La plaza de CAPACHICA es pequeña y su centro está lleno de tienditas rodantes y triciclos usados por gente que se dedican a vender cosas al por mayor. Hay una escalera multicolor que lleva a un “mirador turístico”. No vimos hoteles ni ningún teléfono público, solo una señora que vende golosinas alquila su teléfono celular; bien preciado que tiene casi toda la gente del pueblo. Tuvimos que esperar algo más de media hora hasta que apareciese una combi hacia Llachón, hay muy pocas. Lo que es más fácil encontrar son combis para Puno y Juliaca. Eso sí, nos dijeron que había taxis que te llevan a PLAYA CHIFRÓN que es una zona costera, al borde del lago cuya presencia aquí en Capachica, no se advierte por ningún sitio.

CAPACHICA. PUNO - PERU.
CAPACHICA. PUNO - PERU.
CAPACHICA. PUNO - PERU.
CAPACHICA. PUNO - PERU.
CAPACHICA. PUNO - PERU.
     En poco más de 40 minutos llegamos a LLACHON. Empezamos a buscar alguna casa hospedaje pero todos estaban en las afueras del pueblo. Yo recordaba la de la vez anterior que estuve aquí (la del señor Valentín Quispe) pero mi idea era cambiar y tener nuevas experiencias con más gente. Fui a preguntar a una tienda cuál nos recomendaban y cuando regresé a la placita encontré a Pilar conversando con Christian y sus amiguitas, quienes acababan de salir del colegio y estaban regresando a sus casas. El niño nos dijo que su madre daba hospedaje a turistas en su casa. Así que decidimos seguirle. Total, por algo estos mocosos habían aparecido en nuestro camino.

LLACHON. PUNO - PERU.
LLACHON. PUNO - PERU.

LLACHON. PUNO - PERU.

LLACHON. PUNO - PERU.

LLACHON. PUNO - PERU.

Ya dije que la andadura desde la plaza del pueblo hasta la casa de Christian lleva algo así como 40 minutos. No es mucho pero si a eso le sumas que tienes que cargar tu mochila, que hay algunas pendientes, y que estás a mucha, mucha altura, pues el esfuerzo se redobla. A medio camino apareció un carro y Christian se puso a negociar con el conductor (su “tío”, en realidad los niños se refieren a todas las personas mayores como tío o tía) para que nos llevase hasta la casa. Subimos con los enanos y llegamos. Pagamos 4 soles. Normalmente desde la plaza de Llachón hasta la casa de Christian, o un poco más allá, un coche te puede cobrar 25 soles, por lo que averiguamos.


La poesía del viaje : Bruno Schulz

sábado, 8 de febrero de 2014



[…] En mayo los días eran como Egipto, de color rosa. En la plaza, la luz desbordaba todos los límites y ondeaba. En el cielo, los cúmulos de nubes veraniegos arrodillábanse esponjosos tras las grietas de luz, volcánicos, muy marcados, y Barbados, Labrador, Trinidad, se teñían de color rojo, como vistos a través de gafas de rubíes; durante sucesivos pulsos y embelesamientos, en el transcurso de ese rojos eclipse de la sangre que late en el cerebro, la corneta de Guayana atravesaba el cielo, crepitaban todas sus velas. Se deslizaba, haciendo resonar las telas, pesadamente, entre gruesas cuerdas y gritos de remolcadores, entre la indignación de las gaviotas y el resplandor rojo del mar. Entonces, crecía en todo el cielo y se desplegaba ampliamente, inmenso, un confuso aparejo de sogas, escaleras y perchas, bramando, la tela desdoblada en lo alto, se rompía el prolífero espectáculo aéreo de velas, baupreses, foques, en cuyas ventanillas aparecían por instantes pequeños, ágiles negritos corriendo en ese laberinto telar, extraviándose entre las señales y las figuras del fantástico cielo de los trópicos.

Más tarde, el escenario cambia; en el cielo, en las masas nubosas, culminaban hasta tres eclipses, humeaba la brillante lava trazando con una línea luminosa los severos contornos de las nubes, y –Cuba, Haití, Jamaica-, el seno del mundo, ahondaba, maduraba cada vez más visiblemente, lograba lo esencial y, de repente, toda la quintaesencia de esos días se derramaba: la oceanidad murmurante de los trópicos, archipiélagos azules, dichosos atolones, torbellinos ecuatoriales, monzones salados.

        Con el álbum de la mano leía la primavera. ¿Acaso no era ella un gran comentario de los tiempos, la gramática de sus días y noches? Esa primavera declinaba en Colombia, Costa Rica y Venezuela ya que, en realidad, México, Ecuador y Sierra Leona no son más que una rebuscada superficie, un refinamiento del sabor del mundo, una postrera y definitiva posibilidad, un callejón sin salida del aroma, en el que se pierde el mundo en sus búsquedas ensayando todas las escalas del teclado.

        Lo importante es no olvidar, con Alejandro Magno, que ningún México es el último, que es sólo un punto de paso, que el mundo va más allá y, tras cada México, se abre un nuevo México todavía más deslumbrante, archicoloreado y superaromático.


Bruno Schulz, Primavera, XIX, en Sanatorio Bajo la Clepsidra.
Madrid: Editorial Siruela, 1998 .

Imagen obtenida en http://fcit.usf.edu/holocaust/gallery/p175.htm

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...