Cuando Europa era un sueño

martes, 3 de julio de 2012


Yo marcaba con un lápiz de color el recorrido por el mapa de Europa mientras mi profesor de matemáticas trataba de hacer entendible lo que era imposible de entender. Vivía en sueños. Europa era el sueño. La ruta partía de Portugal y cruzaba toda la península ibérica para internarse en Francia y continuar hasta Holanda. Bajaba por el cuerpo teutón a través de su ruta romántica y no paraba hasta llegar a la punta de la bota italiana. Croacia me esperaba, caminaba por sus costas y luego Atenas me recibía. El norte griego me llevaba hasta Estambul desde donde la punta del lápiz volvía a meterse en Europa, esta vez más secreta: la del este. Rumania y sus leyendas vampíricas, las ex repúblicas soviéticas, San Petersburgo y Moscú y luego... luego vendría lo tendría que venir. Para mis adentros yo repetía nombres de ciudades y lugares a visitar en cada una de ellas, posibles bifurcaciones, tiempos estimados. El plan era ir a pie, durmiendo en las playas, en los campos o en los campings; confiaría en la bondad de la gente.  Quería vivir como un místico, como un poeta enloquecido que se deja la vida en la carretera para ver de cerca el mundo de sus sueños. Quizás haría dedo o tal vez radicase en un país y trabajaría de lo que sea unos meses para seguir viajando otros tantos. No me detendría nada, ni siquiera mi pasaporte peruano que apenas me dejaba salir de mis fronteras. ¡Oh, amo haber sido tan iluso¡ ¡Amo haber tenido alguna vez las agallas de soñar imposibles! Un mapa siempre es un elemento peligroso: alimenta los sueños, hace tangible el anhelo, hace posible lo imposible, que llegues a lugares insospechados, por ejemplo… y el ensueño acababa: “Solórzano, ¿por qué no atiende usted?”.

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No, yo no quería cruzar el charco para repetir la exitosa historia de los migrantes peruanos que regresaban con las maletas llenas de regalos y zapatillas de marca. No. Para mi Europa no era una necesidad sino un complemento. Sabía que de ir yo sería de los que tendrían la cuenta vacía y el alma y los ojos llenos de sabiduría y lugares vistos. O quizás sí, sí que era una necesidad, pero no económica sino más bien vital: el viejo mundo era la anti Lima, era la negación de mi realidad donde imperaba el caos, la vulgaridad y el peligro. Europa era la limpieza, el orden. Europa era caminar por donde caminaron los escritores que leía, el sitio donde nació la historia, era ver las ruinas y los cuadros con los que soñaba, era escuchar muchas lenguas y aprenderlas. Europa era el mundo… después me di cuenta que no era así, pero esa es otra historia.


Mi hermano, siguiendo el destino migrante de nuestra familia, se fue a Alemania cuando yo era adolescente. Tuve que lidiar con meses y meses de depresión. Era una edad jodida para que te pasen cosas así: estás en un momento en que empiezas a tantear algunas duras certezas de la vida. La posibilidad de morirte, por ejemplo; o la posibilidad de que la vida misma sea un sinsentido. Algunos adolescentes viven con la deliciosa impertinencia que les da la seguridad de que vivirán para siempre; tienen con qué maquillar ciertas preguntas y olvidarlas. Me hubiera gustado tener esa capacidad. Lo peor de todo es que no tenía algo a lo que aferrarme, una seguridad de que algo me gustase y por lo que valiese la pena vivir (el fútbol, el alcohol, las drogas, las mujeres, los estudios, el trabajo… ¡lo que sea!) y así darle sentido a mi despertar a la vida. Por ende vivir era doblemente vacío. Llegaba del colegio y veía en la televisión ALBUM MUSICAL DEL MUNDO: contaban la vida de algún músico europeo mientras se sucedían melancólicas y bellas imágenes europeas. Yo quería estar allí, abrazar a mi hermano allí. 




El migrante de un país pobre se va con billete de ida y la vuelta es una incertidumbre tan ancha como el océano que tenemos que cruzar para tocar las costas del primer mundo: sea en avión, sea con una visa falsificada, sea en patera, sea corriendo a través de una yerma frontera. Las posibilidades de perderlo todo son altísimas. Si no logra lo que planificó no hay vuelta atrás. ¿Cómo conseguirá el pasaje de vuelta sino tiene trabajo? Y si logra volver ¿cómo empezar de nuevo en su lugar de origen trayendo consigo el peso de la derrota, mirando a una familia que había puesto sus esperanzas en él? El migrante no solo se va por dinero, sino también porque le gusta el orden, porque aprecia la legalidad. Sabe que en el primer mundo las cosas se hacen como deben hacerse (o eso creíamos). Las leyes se respetan, los contratos también, no hay abusos, los sindicatos pueden ayudar, puedes encontrar cierta flexibilidad en los horarios, ciertos derechos (eso creíamos). Utopía que le llaman. Si hubiera esas cosas en nuestros países no lo dejaríamos, no nos iríamos, no nos tragaríamos el dolor de dejar a los nuestros. Esa manida idea europea (o “primermundista”) de que somos unos irresponsables, de que venimos a alterar la vida a sus países no es del todo cierta. El orden, la legalidad, nos gusta, la buscamos, por eso venimos, porque sabemos que aquí las cosas son como tienen que ser… (Eso creíamos)

(No recuerdo el nombre del artistas que hizo esta genial imagen, ojala lo pueda saber para poner su nombre)
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Europa era paisajes de invierno y castillos. Nieve y jardines floridos. Eran calles anegadas de la nostalgia del otoño y casas bonitas con ventanas detrás de las que refulgían tímidamente luces de lámparas. Era el romanticismo de lo añejo, el entusiasmo del futuro. Era cultura, el centro del mundo. Europa era la belleza de la melancolía, la ternura de la vida. Europa era el orden, el arte, el refinamiento, la historia, las artes, la seguridad. Era la madurez política que permitió a un continente desarmarse y superar la atrocidad de la guerra para ser una sola unión. Europa era un sueño. Cuando no hace mucho leí la novela de Vargas Llosa, TRAVESURAS DE LA NIÑA MALA, no pude dejar de pensar en lo identificado que se hubiese sentido el adolescente que fui con el personaje principal masculino de dicha novela. El gris y mediocre Ricardo Somocurcio tenía un solo sueño: quería irse de Lima, vivir en París, tener allí una buhardilla y respirar el ambiente que allí se vivía y listo, ya se podía dar por un hombre hecho. No le culpo a Somocurcio, tampoco al adolescente que fui, el haber tenido por mucho tiempo ese sueño: ya lo dije, Europa representaba lo mejor a lo que uno podía aspirar, sobre todo si quieres dejar atrás un lugar que a veces te atormenta.

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He desembarcado en la insondable noche Europea. Mis sueños se han cumplido pero estar en sus entrañas me ha permitido ver ciertas cosas que aunque las sospechaba posibles no me dejan de sorprender. Parece que hay 2 Europas, el norte protestante que se considera el motor que empuja el tren del desarrollo y el sur modesto e irresponsable que siempre las lía por ser como son los países que allí se ubican (de hecho en inglés denominan a los sureños con el vulgar acrónimo PIGS –cerdos- por PORTUGAL, ITALY, GRECE y SPAIN). Los mediterráneos muchas veces no soportan a los del norte que vienen a hacer a sus playas lo que no pueden hacer en sus fríos y tristes países: “España e Italia en crisis pero quien quiere vivir en Rostock”, dicen y razón no les falta.

Los alumnos aventajados de la economía boyante del ayer son hoy unos apestados a quienes se recrimina sus deslices para manejar las cuentas. En Europa ya no atacan los ejércitos sino los mercados y los bancos, nada menos que los bancos, han hecho tambalear un proyecto que parecía único y monolítico. ¿Qué unión era esta? 

Si el viejo mundo en su momento anhelaba traer "el mundo" a sus entrañas para estudiarlo, admirarlo, razonarlo hoy expele la idea de que el mundo toque sus costas: los nacionalismos vuelven a emerger, se cierran fronteras, somos los inmigrantes quienes tenemos la culpa de todo y no los bancos y políticos que se han cebado con años de corruptelas y gastos. Gobiernos que se desentienden de sus ciudadanos y los abandonan a su suerte dejándoles ahogarse en el mar de “austeridad” que es un espantoso eufemismo que borra de un plumazo cualquier conquista social que haya podido haber, cualquier atisbo de solidaridad. Las viejas generaciones han vivido más allá de sus posibilidades asegurando su hoy y empeñando el mañana de los que vienen y sin reparo alguno la verborrea fascista se deja oír estimulando el atroz recuerdo del pasado. Y no, no estoy hablando del tercer mundo, estoy hablando de cosas que están pasando en Europa. ¿Y por qué sigues aquí? escucho preguntar... por varias razones que son muy largas de explicarlas en una entrada y que seguramente contaré más adelante.

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Nunca imaginé que viviría en Londres. Sabía que de estar algún día en Europa visitaría ese lugar. Eso era un hecho. Imaginaba que iba a vivir en Munich, donde vive mi hermano, o en un lugar del norte europeo. Para mí Alemania o el norte de Europa representaba mi idea de una “Europa verdadera”; hoy lo dudo. Pero al azar, siempre el azar, quiso que llegase a Londres. Me pasé cerca de un año trabajando como un loco trayendo y llevando turistas para juntar el dinero suficiente que tenía que gastar para lograr visados y demás cosas. Trabajaba de noche, dormía en los asientos del aeropuerto, vivía de madrugada, bebía mucho café, cuando no soportaba más y necesitaba una cama me iba algún hotel de mala muerte que estuviese cerca del aeropuerto para dormir al menos un par de horas. Mi mundo se había reducido a vivir en el aeropuerto: Europa valía la pena ese esfuerzo.

De pronto y sin querer redescubrí mil cosas sobre mi país; me interesé mucho más por él; me di cuenta de las miles de cosas que había por vivir y por hacer. Sentí ese vértigo con que se estaban llevando adelante ciertas cosas. Había más futuro allí, al menos para alguien en mi situación. Después de todo no era tan necesario irse. El país que había impelido a mi hermano y hermana a irse era otro, parecía más prometedor. Yo estaba seguro que no me darían la visa y me iba a quedar en Perú a seguir trabajando en turismo. No me molestaba la idea... y entonces… ¡sorpresa!: me la dieron. Si tengo esa suerte que muchos no tienen… ¿por qué rechazarla?


Después de Londres nada ha vuelto a ser igual. He ido a muchas ciudades, las he conocido y he tratado de profundizar un poco en su espíritu (algo imposible) pero nada, absolutamente nada se puede parecer a Londres que es una ciudad – universo, una ciudad síntesis del planeta. Y lo que digo lo avalan las estadísticas: conviven allí 40 grupos étnicos, que hablan 300 lenguas: el 36 por ciento de los pobladores de la vieja Londres ha nacido fuera. Y si sumamos a eso que la visitan cada año 30 millones de turistas ya puedes imaginar que es muy fácil una tarde cualquiera oír casi todos los idiomas del mundo solo en Trafalgar Square. Hay distritos donde el 60 % de vecinos son extranjeros y han hecho de esos rincones una especie de sucursales de sus tierras nativas. Basta darse una vuelta por Edgware Road por ejemplo. Estar en Londres era estar en el mismo ojo del huracán del mundo. Todo viene a esta ciudad y sale transformado de allí en tendencias o ideas que dominarán el planeta. Es un leviatán alucinante. ¿Quién dijo que Europa era un museo al aire libre? Que aquí no pasaba nunca nada. ¡Bah!

Quizás, mi entusiasmo por la ciudad se debe a que fui muy feliz allí: viví bien, conocí mucha gente, tuve trabajo, afiancé mis conocimientos del inglés, conocí muchos lugares y muchas cosas más. Pero si hubiera tenido una experiencia menos intensa y cómoda sé que igual me hubiese enamorado de Londres. Para el extranjero que sabe que está de paso (y muchísima gente lo está) no le queda otra que vivir cada día con intensidad, observar la cada detalle de la ciudad, ir de aquí hacia allá… al final terminé conociendo cosas que mis amigos ingleses ni siquiera sabían que existía.

http://www.comunicando.com.es/
Claro que no todo es color de rosa. Hay mucho elitismo, nacionalismo; crímenes que espantan en algunos sitios; gente entregada a la superficialidad y el excesivo consumo; pobreza y rabia (recordar los violentos episodios de hace poco) y hasta vergonzosa corrupción: ya se sabe que la intachable policía británica era parte de la servidumbre del todopoderoso y crápula Murdoch, dueño y señor del sensacionalismo inglés.

Desde hace ya un buen tiempo la vieja Londres ha empezado a emperifollarse y reconvertirse, una vez más, para ser sede de los Juegos Olímpicos que ya empiezan. Me parece un buen pretexto para escribir sobre mis andanzas y experiencias en ese fascinante lugar esperando, como siempre, que esos recuerdos y consejos le sirva a alguien. Allí vamos. Londres espera por nosotros….

Pablo

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Que hermoso lo que acabo de leer! Hay muchos autores que admiro, entre ellos estas tú :-)...( Yessica Palacios)

Pablo Solórzano dijo...

Querida Yess, gracias por tus palabras que dan ánimo a seguir escribiendo. La verdad a veces me pregunto para qué escribir, para qué seguir con este blog y de pronto basta expresiones como la tuya para seguir.. además de que escribir es un vicio del que no me puedo liberar fácilmente. Un beso inmenso hasta Munich...!!

Patricia dijo...

Pero cómo para qué escribir?? Igual, luego de dicho esto, me rio a carcajadas cuando recuerdo las tantas veces que me he preguntado si lo que escribo le llega a alguien, si alguien realmente lo lee, si me entiende, si le sirve, si alguien se detiene aunque sea un par de minutos a escuchar lo que tengo para decir. Y la respuesta siempre es la misma: me llega a mí, me sirve a mí, me libera, me vacía de palabras amordazadas. Ese es el fin y no otro, la liberación.
Dejando de lado la autosatisfacción (jaja), apoyo ferbientemente el comentario de Yess. Eres un gran escritor, Pablo. Alguien que tiene mucho para decir y que lo dice de una manera única, que provoca emociones, que va más allá de los ojos que te leen, llega al alma.
Nunca más dudes de ello.

Mientras leía tu preciosa entrada, pensaba sobre muchas cosas. Comparaba tu historia y la mía. Y pensaba sobre cómo cambia la mirada según el sitio que habitamos. Cuando yo empecé a soñar con viajar, soñaba con lugares como Perú, como Bolivia, México, como el norte argentino, soñaba con esos lugares que sabía, me enseñarían realidades tan distintas a la nuestra, donde aún persistía el espíritu ancestral a pesar de la mano opresora del conquistador, esos pueblos con identidad propia y no prestada, como aquí. Cuando regresé de México y de Perú, sentí una mezcla de envidia y de verguenza por vivir en un país donde hemos exterminado a nuestros propios ancestros, y orgullosamente, nos jactamos de ser el país más "europeo" de Sudamérica. Patrañas! No somos ni lo uno ni lo otro. Y sin embargo, no podría vivir en otro lugar que no sea Montevideo. Siempre lo supe, "a pesar de..."

Curiosamente, este viaje a Europa que nunca soñé con demasiado esmero, se me presenta como una búsqueda de esos ancestros, no los que habitaron antaño nuestra paisito, sino los que vinieron después y nos dieron esta identidad rioplatense de la que hoy gozamos (o padecemos). A veces creo que me da miedo conocer Europa. Me da miedo no sólo darme cuenta de que estamos a años luz de ser tan "europeos" como nos pensamos, sino de volver creyendo que la vida está en otra parte, como alguna vez lo escribió Milan Kundera. Siempre creemos que la vida está en otra parte, y me animo a decir que la vida, está donde somos realmente felices. Quizás esté en todos lados, si como vos, nos atrevemos a cruzar las fronteras y vivir el ancho mundo. Parece ser que ningún lugar es perfecto. Ni el sueño americano, ni el sueño europeo. La vida, la felicidad, solo está dentro de uno. Ha por ellas!! Con sus miserias y sus virtudes, el lugar ideal es aquél al que sentimos que pertenecemos, por un instante, o para toda la vida. No importa. El mundo es nuestro.

Abrazos!!

Anónimo dijo...

Amazing post, man.

Pablo Solórzano dijo...

Thank u Arenke. It is really nice to see you here from time to time. Huhgs!

Anónimo dijo...

Genial!!! Gracias! Sencillamente gracias!

Pablo Solórzano dijo...

Muchas gracias por vuestras palabras y por vuestra visita a la brújula. Abrazos para todos!

Anónimo dijo...

Pablo... un beso muy grande, sólo un alma sensible es capaz de ver en lo pequeño, los detalles inmensos con que podemos llenar nuestras vidas... eres de los míos!!!!!

Pablo Solórzano dijo...

Muchas gracias, es bueno saber que somo muchos más los soñadores. Y gracias también por visitar la brújula del azar. Un fuerte abrazo.

Blanca dijo...

" El orden, la legalidad, nos gusta, la buscamos, por eso venimos, porque sabemos que aquí las cosas son como tienen que ser… (Eso creíamos) "...
Pablo, estamos tod@s en el mismo saco. Cariños desde España...
Yo también sueño y me gusta leerte. Ya ves que no estás solo. Un fuerte abrazo.
Blanca

Pablo Solórzano dijo...

Hola Blanca!, gracias por tu visita y por darte tiempo a leer lo que he escrito. Gracias también por esos cariños. Sé que no estoy solo felizmente, somos muchos con los mismos sueños, con los mismos deseos de aportar en esta fascinante y contradictoria Europa. Abrazos!

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