A la Quebrada de Huamahuaca había ido ya antes de conocerla. En el jirón Quilca, una calle limeña donde venden libros y revistas viejas, vi una revista sobre Argentina y la foto de la portada era la imagen de un gran cerro que aparecía pintado de muchos colores, como si alguien hubiese usado el cuerpo de la mole para combinar toda una alucinante sinfonía cromática. “Tengo que ir allí”, lo dije con una seguridad tan inusual en mí que me sorprendió. Algunos años después el Cerro de Los Siete Colores ya estaba frente a mí y confirmaba aquello de que un sueño empieza a concretarse cuando uno se anima a dar el primer paso para cumplirlo.
Dejé mi querida CORDOBA (de la que hablé en una entrada anterior) y en bus llegué hasta JUJUY (35 dólares, 11 horas) y de inmediato en la terminal tomé un bus hasta TILCARA, pueblo al que escogí como mi “centro de operaciones”. Me puse a buscar alojamiento y en el CENTRO DE INFORMES (calle Belgrano) conocí a Martín, un muchacho cordobés que me dijo que se estaba hospedando en la casa de una señora del pueblo y que cobraba 10 pesos la cama. Me dijo que él ya se iba esa tarde del pueblo y que podía dejar su espacio para mí. Accedí ir y es así como llegué a la casa de ELSA RAMOS, una mujer muy cariñosa, gentil y habladora. La habitación para mí solo tenía lo básico: una cama y una mesa de noche. Suficiente. Se hospedaban también allí GUILLAUME y DAVIDE, un par de franceses locos que estaban mochileando toda América desde hacía 7 meses.
La química fue inmediata por lo que decidimos irnos a vagar por el pueblo. Las calles aún eran de tierra y no había señales por lo que era fácil perderse, pero claro, uno se perdía con gusto entre calles tan tranquilas. Llegamos hasta la PLAZA PRADO, la principal, y pude notar que TILCARA había sido una buena elección. Tiene una gran herencia arqueológica y una fuerte presencia indígena lo que le da mucha originalidad y lo pone en las antípodas de la típica imagen que tenemos de Argentina: un pedazo de Europa venido a América. Aunque también eran notorios los cambios que está propiciando el turismo: terrenos algo caros, restaurantes inmensos que uno puede concebir solo en una gran ciudad.
Subimos al PUCARA, lugar al que quise ir para ver la presencia Inca lejos de Perú, y allí llegamos. Pagamos la entrada y anduvimos por las ruinas. La vista que se tiene de parte de la Quebrada de Humahuaca desde ese lugar es algo impagable; es seguro que los residentes de la zona usaran este recinto para observar la llegada de invasores, mejor lugar para tal fin no se podía tener. También nos metimos por una especie de BOSQUE DE CACTUS en el que vale la pena caminar. Al bajar entramos al JARDIN BOTANICO que está a la entrada de las ruinas y, para mi sorpresa, me encontré con unas llamas muy bonitas. Era como tener un poco de mi país lejos del mismo. Aunque las llamas, ya se sabe, son patrimonio del mundo andino y no de un solo país por lo que era muy normal encontrarlo aquí. El calor apremiaba así que nos sentamos a tomar unas coca colas bien frescas para aguantar, mientras hablábamos de cine francés y yo me reía de todas las aventuras que los franceses habían pasado durante su largo recorrido.
Pucara de Tilcara. Jujuy - Argentina. |
Bosque de cactus en Tilcara. Jujuy - Argentina. |
Vista de la quebrada de Humahuaca. Jujuy - Argentina |
Tilcara- Jujuy - Argentina |
Con Davide y Guillaume en Tilcara- Jujuy - Argentina |
En la noche nos sentamos en el patio de la casa a tomarnos un vino que los chicos habían comprado. Se nos unió doña Elsa quien nerviosa nos pidió que si llegaba su marido le dijéramos que no estaba, cosa bastante extraña. En medio de la velada llegó el marido en un estado bastante malo, preguntó por la dueña de la casa (quien ya se había escondido detrás de una puerta) y le dijimos lo convenido. Se fue hipando. Al rato salió Elsa y la conversa siguió como si nada. Con Davide nos fuimos a comprar unas Quilmes mientras Guillaume les ponía los parlantes a su Cd – Player. Trajimos las cervezas; el universo sobre nosotros nos daba la cara: era un manto azul en la que habían prendido medallas con forma a estrellas; tan claro, tan luminoso. Oyendo a Manu Chao o a Serge Gainsbourg seguimos con la velada mientras Elsa nos contaba sus cuitas y, ya bastante ebria, lamentaba que el ebrio de su esposo siempre hiciera lo mismo: que viniera a pedirme plata y yo soy la que sostengo la casa, no señor, ¡salud!
Purmamarca
Al día siguiente nos fuimos a la TERMINAL (al oeste de la calle Belgrano) a tomar un bus hacia PURMAMARCA (6 pesos). Por fin, se cumpliría mi gran sueño. Llegamos y de inmediato nos fuimos a la plaza donde está el MERCADO ARTESANAL. El pueblo, pese a su crecimiento turístico, felizmente aún mantiene el cautivante estilo de sus casas y su carácter. Lástima el paso de los camiones que usan la ruta del Corredor Bi Oceánico (Chile – Brasil), que alteran un poco la tranquilidad.