Luego de haber paseado por las Ramblas entre estatuas vivientes e indignados seguimos el paseo por Barcelona esta vez caminando por el PASEO DE GRACIA, una de sus avenidas más elegantes y considerada la segunda más cara de Europa y donde está parte del espíritu de esta ciudad el cual palpita en los muy famosos edificios que allí hay y que han sido engalanados con un estilo que ha hecho que Barcelona sea uno de los lugares más famosos del mundo: el modernismo catalán. Debe haber pocas vías como esta que presuman de tener un par de edificios considerados Patrimonio de
Si en las ramblas se imponía el estallido colorinche de las ropas de las estatuas vivientes y veíamos las más ingeniosas maneras de ganarse la vida en el cemento citadino, en Gracia prima la elegancia, la sobriedad, el confort y las ganas de mostrarse; no por algo esta arteria ha sido, desde casi sus inicios, la más importante y mimada por la burguesía catalana la cual apasionada como era por las novedades financió la creatividad de un grupo de geniales arquitectos quienes materializaron ese deseo convirtiendo esta avenida en una especie de escaparate de residencias y edificios oficiales sin par.
Todo empezó en 1854 cuando las murallas medievales que contenían Barcelona se derrumbaron; la expansión se hizo inevitable y entonces apareció el distrito conocido como “El Ensanche” (del catalán L'Eixample) que es hasta el día de hoy el más poblado de toda España. En esta nueva aparición jugó un rol importante el Paseo de Gracia que solía unir en el pasado al poblado del mismo nombre con la vieja Barcelona.
Desde la plaza Cataluña tomamos la acera izquierda de esta avenida pues allí se encuentran la mayoría de construcciones más importantes. Así empezamos viendo
Primero vemos, en el número 35, la CASA LLEÓ MORERA. Obra del arquitecto Doménech i Montaner quien la terminó en 1905. Fue algo alterada en 1943 para poner una tienda en su parte baja pero su interior y sus maravillosas vidrieras han sido, felizmente, conservadas. La casa no está abierta al público pero aprovechando que la puerta estaba abierta entré y pude ver el suntuoso techo del vestíbulo y una gran escalera cubierta de azulejos.
Más adelante aparece la admirable fachada de la CASA AMATLLER , de 1898, la cual es obra del arquitecto Puig i Cadafalch. En ella resaltan unas ventanas en las que se mezclan los estilos gótico y mudéjar. Arriba, corona el edificio un peculiar tejado escalonado. Esta casa es la sede de una institución por lo que es posible entrar y ver el vestíbulo decorado con columnas en espiral y un poco más adentro se ve, en la parte superior, una gran claraboya de cristal.
La cereza de la tarta sin lugar a dudas es esa amalgama de delirio, fantasía, color y funcionalidad que sorprende a todos y que se ha dado a llamar
El detalle de la fachada que quizás más recuerde el viajero son los balcones de hierro que parecen representar máscaras de carnaval lo que le da al conjunto un enigmático toque surrealista. Otro detalle que despierta extrañas sensaciones son las delgadas columnas de la parte inferior y que han sido comparadas con tibias motivo por el cual la casa Batlló fue conocida como “la casa de los huesos”.
Las formas orgánicas que ornamentan su fachada y que parecen en perpetuo movimiento –Dalí dijo de ellas que parecían “olas en un día de tormenta”-, las fantásticas chimeneas y la increíble cubierta son tan audaces ahora como seguramente lo fueron en 1906 cuando se acabaron las obras y como lo serán mañana para los viajeros que sigan viniendo aquí tras los pasos de Gaudí. Se dice que la casa simboliza la leyenda de San Jorge y el dragón, animal cuya espina dorsal estaría representada en el colorido remate superior de la fachada principal: se extiende allí una especie de bóveda cubierta de cerámica que recuerda a la escamada espalda de un inmenso reptil. Al lado, enhiesta, se ve la cruz de cerámica que al ser trasladada a Barcelona fue dañada, a Gaudí le gustó mucho el efecto del agrietado y lo usó así como estaba.
Avanzamos, abriéndonos paso entre gente con bolsos de tiendas exclusivas y dirigimos nuestra mirada hacia el otro lado de la avenida, exactamente en el número 92 se encuentra lo que muchos consideran la obra más famosa del genio catalán: LA CASA MILÁ O LA PEDRERA. Dicen que cuando los barceloneses la vieron terminada dijeron que el buen Antoní había tocado los límites de su excentricidad… lo que habrían dicho si vieran hoy cómo está la Sagrada Familia.
Construida entre 1906 y 1910, fue el último trabajo de Gaudí antes de dedicarse a la Sagrada Familia y como toda obra que rompiera esquemas fue muy criticada porque se distanciaba de los postulados arquitectónicos que imperaban en aquella época. Cuando uno la mira a lo lejos la ondulante fachada el edificio más que una casa parece un cerro lleno de cavernas y riscos o una especie de cantera (de ahí su sobrenombre “La pedrera”), es decir una imitación de la naturaleza, de eso vivo que está a nuestro alrededor en perpetuo movimiento, algo a lo que el arquitecto catalán era muy afecto. ¿Qué imaginaba Gaudí cuado la diseñó? ¿Un cerro lleno de cavernas donde vivían sabios ascetas y eremitas que como él, que vivía en un pequeño cuarto, pasaban los días dedicados a la idea de la trascendencia a través de la religión o el arte?
Como en la casa Batlló aquí también llaman la atención sus balcones de hierro forjado que parecen simular algas o el camino reptante de las plantas trepadoras. Y más arriba, en la azotea decorada profusamente con mosaicos, avivan nuestra imaginación las chimeneas y los conductos de ventilación que uno los imagina esculturas abstractas, guerreros de otra galaxia, salidos de una película de ciencia ficción y a los cuales se les conoce como pantabruixes (espanta brujas). La idea de Gaudí era darle a la casa un significado místico por lo que cada una de sus cinco plantas representa uno de los misterios del santo rosario católico añadido a ello en la ondulante cornisa superior se ven unos capullos de rosa con inscripciones en del Ave María en latín.
Como en la casa Batlló aquí también llaman la atención sus balcones de hierro forjado que parecen simular algas o el camino reptante de las plantas trepadoras. Y más arriba, en la azotea decorada profusamente con mosaicos, avivan nuestra imaginación las chimeneas y los conductos de ventilación que uno los imagina esculturas abstractas, guerreros de otra galaxia, salidos de una película de ciencia ficción y a los cuales se les conoce como pantabruixes (espanta brujas). La idea de Gaudí era darle a la casa un significado místico por lo que cada una de sus cinco plantas representa uno de los misterios del santo rosario católico añadido a ello en la ondulante cornisa superior se ven unos capullos de rosa con inscripciones en del Ave María en latín.
Las maravillas del Ensanche no acaban aquí, a la vuelta de la esquina, como quien dice, nos esperan más bellezas de las que te contaremos en una siguiente entrada. Hasta entonces.
Pablo
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