La magia de lo natural: Caminando en el Monte Buciero

sábado, 29 de septiembre de 2012

La caminata por el MONTE BUCIERO me hizo experimentar una sensación de calma. Me habría sentido igual de bien en cualquier otro sitio en donde la naturaleza me hubiese mostrado su rostro y hubiese entrado en mi alma a través de mis sentidos. Pero el destino, o cualquier otra fuerza, quiso que el sitio fuera el Monte Buciero… y allí estaba yo… caminando…

MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
La naturaleza nunca me ha fallado. Cuando me quedaba enfangado en la paranoia, los miedos, ciertas inevitables sombras en Lima, salir a caminar en los Andes, viajar a sitios distintos, me hacía volver nuevo, diferente, esperanzado, feliz.  Esto era, o debía de haber sido, lo que el poeta romántico ingles William Wordsworth denominaba “enclaves temporales”: aquella herencia que la naturaleza nos deja después de haberle permitido entrar en nosotros y que se convierte en patrimonio de nuestra alma. Luego,  cuando vienen los momentos de abatimiento o el aburrimiento nos encadena, aflora de nuevo ese patrimonio como una especie de refugio. Demasiado romántico, ya lo sé, pero no tengo otro modo de explicarlo.

Pues bien, de muchas de esas cosas sombrías sentí liberarme cuando caminé por el monte. No fue una caminata larga pero sí estuvo llena de asombro, de belleza, de ese encanto casi místico que reposa en los sitios donde la naturaleza se ha expresado con sus mejores dones. Y todo esto no lo busqué, vino solo e inesperado como las mejores sorpresas. Al llegar al final del paseo marítimo del pueblo de SANTOÑA no imaginé que meterme por el camino que subía al monte me traería una gran sensación de bienestar. Dejamos atrás el Fuerte de San Martín y llegamos a un ascendente sendero de piedras... un camino que se adentra en un bosque siempre es una imagen seductora para un caminante… allí fuimos. Abajo, la bahía de Santoña estaba colmada del tono suave que el mar turquesa prodigaba.


VISTA DE  LA PLAYA DE. SANTOÑA - CANTABRIA.


MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
El camino en subida nos llevó hasta una baranda de madera que hacía de mirador natural: desde allí podíamos ver una especie de rocoso torreón al que llaman LA PEÑA DEL FRAILE. Fue la primera gran impresión de la caminata.

PEÑA DEL FRAILE EN EL MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
  
Luego todo fue una sucesión de farallones y abismos a cuyos pies el mar dejaba una orla de blanquísima espuma. Era delicioso que llegase hasta allí arriba el sonido del bramar de las olas. Unos minutos más tarde el sendero nos llevó hasta un  bosque, y aunque muchos árboles acusaban la desnudez típica de épocas frías no por ello dejaban de ensombrecer el camino por el que bajábamos. A continuación, llegamos a un cruce de caminos en donde tomamos el de la derecha para bajar hasta el primero de los 667 escalones de la larga escalera que nos iba a llevar a un sitio peculiar: el Faro del Caballo.

MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
El vertiginoso descenso parecía no llevar a ningún sitio,  pero tranquilos, se sabe que abajo, donde acaba el farallón por cuya pared descendíamos, esperaba el abandonado faro. Era delicioso bajar y detenerse para mirar el camino serpentear teniendo detrás, como un fondo amplísimo y divino,  el mar y su perenne y delicado color. Árboles que crecen entre los riscos, desafiantes al borde del abismo, con ramas que el viento marino movía a su antojo; un sol suave se dejaba ver cuando las nubes le daban tregua para mirar el mundo; piernas de caminante que tiemblan por el esfuerzo que propicia un descenso que parece no tener fin. ¿Qué hay disuelto en espacios como este?, ¿qué divinidad, qué hechizo se guarece en lugares en donde todo es simple, bello, incomprensible?




Por fin llegamos al faro y allí el placer del que gozaba nuestra mirada no terminó pues ahora veíamos las paredes rocosas del monte; el mar abierto, planicie sin fin; y un amplio horizonte cuya linealidad hizo tantas veces temblar al hombre, preguntarse medroso que había más allá e imaginar respuestas en forma de abismos y de monstruos. Y aunque desde 1492 (o quizás antes) sabemos que eso no es así no puedo dejar de pensar en el fin del mundo que palpita allí, detrás de esa infinitud lineal, celeste, mortal, desasosegante.

DESCENSO AL FARO DEL CABALLO MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
VISTA DEL MONTE BUCIERO DESDE EL FARO DEL CABALLO. SANTOÑA - CANTABRIA.
FARO DEL CABALLO MONTE BUCIERO. SANTOÑA - CANTABRIA.
La subida fue otro cantar y nos pasó factura la falta de ejercicio físico. Felizmente llegamos sin calambre alguno al cruce de caminos por donde habíamos bajado hacia el faro y esta vez doblamos a la derecha. Fuimos por un bosque por el que llegamos hasta un nuevo faro, este moderno y en uso. Nuestra intención era llegar al FARO DEL PESCADOR pero parece que tomamos un sedero equivocado por lo que decidimos volver a Santoña. Ya no importaba llegar sino haber ido; con lo visto ya estábamos más que satisfechos. Pero por si alguno está interesado en ir por estos sitios hay que saber que la se puede dar la vuelta a todo el monte como pueden ver en este mapa.

IMAGEN DE http://www.verdenorte.com/
Santoña nos recibió una vista estupenda pues haces de luz traspasaban oscuras nubes dejando suspendidos en el aire lanzas luminosas que no detenían su camino sino en la misma planicie marítima. Pusimos pie en el pueblo y nos fuimos a caminar por su paseo marítimo desde donde vimos la playa solitaria; ajena y lejana de la locura de los días de verano. Visitamos también la iglesia del pueblo; el centro y las marismas que tanta fama le ha dado a esta villa costera.

 SANTOÑA - CANTABRIA.
 SANTOÑA - CANTABRIA.
 SANTOÑA - CANTABRIA.
SANTOÑA - CANTABRIA.
 SANTOÑA - CANTABRIA.
 SANTOÑA - CANTABRIA.
Pues sí, regresaba bien, mejor, redimido. Hay que hacer eso de vez en cuando viajero, salir a airear un poco la vida y dejar que aflore esa parte sensible que tenemos allí al fondo, empolvándose. Salir a conectarse con el mundo de lo natural para que vuelva a nosotros el sentido de las cosas. Ir a esos santuarios con el corazón abierto para saberse parte de algo inmenso, que vibra, que se mueve en armonía y dejarse así de tonterías, de pensar que no somos más que un eslabón en una caótica cadena de absurdos. No, el monte, el mar, el bosque muchas cosas hablan… para nuestro consuelo, felizmente.

Pablo

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