Mirando las puntas y alturas de los PICOS DE EUROPA desde
la cima del PICO TESORERO sentía una gran satisfacción, no solo por el logro
que significaba el haber llegado hasta allí sino, y sobre todo, por que
acababa de ayudar a
cumplir un deseo al niño soñador que fui y que miraba el mundo desde la cúspide
del cerro del parque San Agustín, un pequeño montículo ubicado cercano de mi
casa.
Alcanzar esa cima era para ese niño haber logrado subir al
techo del mundo; haber culminado una extraordinaria aventura, como aquellas que
vivían los héroes en las películas o series que veía por las tardes en la televisión. Caminaba
por las polvorientas laderas de ese cerro y de vez en cuando removía la tierra
con la esperanza de
encontrar un pedazo de cerámica que algún habitante de tiempos lejanos hubiese
dejado allí para que yo lo encontrase, miles de años después. Así iba, mirando
de vez en cuando el suelo, a la espera de encontrar esas “culturas” como les
llamaba; imaginando ser aventurero, arqueólogo, viajero, caminante… aunque en
ese momento el no lo sabia, claro. Y así llegaba a la cima y era el niño más
feliz del mundo. Desde allí veía casas en cuyos techos bamboleaban las ropas
tenidas a secar; las copas de algunos mustios árboles; y, en la distancia, los
cerros inalcanzables en cuyas superficies crecían las barriadas que me eran tan
familiares.
Esa sensación de logro, de satisfacción, de sueño
cumplido, de aventura, de algo poderoso que rompe la rutina, lo he sentido
siempre que he llegado caminando a lugares de difícil acceso. Cuando lo hago no
puedo dejar de pensar en ese niño… de ahí que ame todo lo que tiene que ver con
viajeros y sobre todo con caminantes, con gente que se entrega al placer
extraordinario que provee una buena caminata… caminar, caminar… un verbo que en
estas épocas de apuro y maquinas que nos trasladan adonde queramos guarda una
esencia subversiva, excéntrica, y para muchos, improductiva. ¿Caminar?, ¡para
qué si existen los coches, hombre!, ¡qué ganas de perder el tiempo, qué pereza!
Perdóneme el lector esta digresión. No puedo evitarlo. Lo
importante aquí es contarles un poco sobre este increíble sitio llamado PICOS
DE EUROPA, el segundo PARQUE NACIONAL más grande de la Península Ibérica. Allí
fuimos para intentar alcanzar la cima del PICO TESORERO, que se eleva sobre los
2,570 metros
sobre el nivel del mar.
Empezamos la aventura subiendo en el TELEFERICO DE FUENTE
DÉ que nos eleva por la primera gran parte del Parque
hasta llevarnos al inicio de la pista que lleva hacia LA VUELTONA. Dicen
que hasta este sitio llega la nieve en el tiempo de invierno. Nosotros fuimos
en primavera por lo que no vimos nada de ello. Por lo que sé, desde el mismo
arranque de la caminata se puede ver la casi perfecta pirámide que es el TESORERO
pero por ser una mañana nublada no pudimos verle. Y ahora… ¡que se inicie la
caminata!
Al principio el paisaje está matizado de cierto ligero verdor pero poco a poco se va volviendo bastante pedregoso. En realidad casi toda la
caminata la hicimos en un terreno duro, lleno de piedras y guijarros que por
momentos hacían el sendero un espacio resbaladizo y poco cómodo para caminar.
Todo esto no se condecía con las imágenes que habíamos visto de los PICOS DE
EUROPA en los cuales el verdor se impone, pero bueno, poco a poco nos
enteraríamos que hay muchas geografías con sus propias características en este
gran santuario.
La base de la cadena montañosa estaba cubierta por la
neblina que se había quedado allí como si fuera un cinto alargado, perfecto.
Poco a poco fuimos avanzando y metiéndonos mas entre cerros monumentales y
riscos hasta que tímidamente el sol se dejó ver destellando en las partes altas
de picos y cerros.
Por fin todo se llenó de luz, la niebla desapareció y los perfiles y siluetas de las moles que nos rodeaban tomaron forma dejándonos ver el mundo medio lunar en el que nos habíamos metido. Esa sensación de estar en un rincón que más parecía digno de la luna se afirmó cuando sobre la cima de un cerro vimos, resplandeciente por darle de lleno el sol, el plateado cascaron del refugio más alto de
Caminamos por el collado de HORCADOS ROJOS, otra cumbre
emblemática del Parque, desde donde ya podíamos ver con mas nitidez las puntas
de los cerros, muchos de ellos tan altos que las nubes no llegaban a cubrirlos,
como por ejemplo el NARANJO DE BULNES, cuya cima se alcanzó por vez primera en
1904, fecha que marca el inicio del alpinismo español.
Desde el mismo collado emerge violentamente el TESORERO,
así que empezamos la subida siguiendo el camino que marcaban los montículos de
piedras que se han puesto a modo de guía para los caminantes. Pero luego
perdimos el sendero que marcaban esos montículos, sinceramente con tanta piedra
son algo difícil de identificarlos, por ello no llegamos a la cima del
pico por el camino que podría considerarse el habitual aunque te haga dar un
rodeo por la ladera del cerro.
Muy “avezados” nosotros subimos directamente por una parte
bastante empinada por el cual tuvimos que trepar y avanzar haciendo uso de
manos y piernas. Ello hizo el camino más corto pero elevó el esfuerzo a su
máxima potencia. Suspirando y algo jadeantes coronamos por fin la cima y la
sensación de bienestar vino a nuestro cuerpo, no solo por haber finalizado el
esfuerzo sino también por lo que veíamos a nuestros pies: riscos, puntas y
picos que se nos mostraban diáfanos, bellos en su inmensidad y hasta se nos
antojaban cercanos, casi como si los pudiéramos tocar a todos. Y ese mundo
pétreo estaba limitado por una gran pared blanca y amorfa formada por nubes
inamovibles. Dicen que el hecho de estar elevados sobre los 2600 metros hace que
sea posible ver estos roquedos desde el Cantábrico; ha de ser por ello que los
marinos que llegaban al Viejo Mundo por esta parte le llamaban a estos cerros
y montañas los PICOS DE EUROPA, por que era lo primero que veían en lontananza,
al acercarse con sus navíos a las costas cántabras.
De haber estado allí, ¿qué habría pensado el niño que observaba el mundo desde la cima del cerro del parque San Agustín? Quizás mirando todo ese espectáculo habría imaginado que los cerros no eran sino las gibas fosilizadas de los dinosaurios que se habían quedado allí, estáticos en un sueño de siglos; o quizás que todas esas estribaciones eran lugares que ocultaban a gente pequeñita que salía
El regreso al CABLE fue fácil: era todo descenso. Allí, en
el lugar donde el visitante al Parque baja o se sube al teleférico, hay una
cafetería grande que debe ser una de las pocas en el mundo que tiene una de las
mejores vistas que se puede imaginar. Misión cumplida caminante, niño soñador.
Pablo
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